jueves, 14 de julio de 2011

Cronica de una muerte sin anunciar

                                                                                                     A mi padre


Calle de Santa Cruz,
vieja calleja soleada,
rezuman de tus piedras
húmedos los recuerdos,
cuelgan de sus balcones,
duermen en los tejados
de tus antiguas casas,
corren por tu pendiente
Cuesta de Castañón.
Juegan entretenidos,
bulliciosos, los niños
entre el murmullo claro
del agua de la fuente;
tú juegas entre ellos
 feliz, desprevenido,
sin saber que la muerte
acecha agazapada, feroz
 tras una esquina
de esa tu amable plaza.
........................................
                        ( fragmento )

                            Anais Robles
Poemario “Travesía”  editorial Escritura entre las Nubes, abril 2019




         

domingo, 10 de julio de 2011

Ciento once días sin ti


Un año contigo,
ciento once días sin ti.
Aquel intenso año
nos absorbió,
se lo llevó todo,
se nos agotó en nada,
nos devolvió a ella.
.................................
                     ( fragmento)

                        Anais Robles
Poemario “Travesía” editorial Escritura entre las Nubes, abril 2019


                   

A veces

A veces me pregunto
cómo serán tus sueños
ahora que te has ido.
Los míos se parecen
a un film en blanco y negro,
los colores en fuga,
abstractos, desabridos.

Pero de pronto, a veces,
apareces tú en ellos,
te acercas, te vislumbro
como te vislumbré aquel día
de un noviembre tardío
de vividos colores
y el mar como testigo.

A veces me pregunto
si es real tu ausencia
o será sólo un sueño
-es tan frágil la línea
que nos separa de ellos-.
Te pienso, dudo,
  me decido:
te busco por mis sueños
y me quedo contigo.

            Anais Robles
Reservados derechos de autora @anarobles

                               


               

                                 

Tu mirada

Mirada evocadora,
mirada penetrante,
ingenua, sutil mirada.
Mirada que escudriña,
mirada que predice,
dulce, clara mirada.

Quisiera ver el mundo
a través de tú mirada,
quisiera conquistarla,
quisiera seducirla,
esa mirada tuya,
franca, triste mirada.

                            Anais Robles
Reservados derechos de autora @anarobles

                   

La joven de la perla de Johannes Vermeer, 1665.

sábado, 2 de julio de 2011

Puesta de sol

Contemplo el mar que se extiende en el horizonte, oigo el batir de las olas contra las rocas que parecen no inmutarse ante su fuerza. Su espuma las rodea y acaricia.
Una gaviota muestra arrogante su vuelo por encima del bello espectáculo, sube y baja, viene  y va, dejándose llevar por las corrientes de aire del atardecer. 
Huele a salitre y a algas. El sol comienza a descender para sumergirse en el mar. 
Espero impaciente el momento del encuentro entre ambos, el momento único e irrepetible de esta nueva puesta de sol. Lo espero esta vez sola y recuerdo otras contigo, entre miradas y caricias, besos y promesas, iluminadas por los últimos rayos que el sol nos regalaba, iluminadas por nuestro amor.
Majestuoso y arrogante, un día más el sol se esconde con la promesa de volver de nuevo con las  luces del alba. El mar lo espera impaciente y ambos se unen en un intenso abrazo.

Y tu te has ido esta vez con él, sin la promesa de volver de nuevo un día, sin el intenso abrazo.
Y yo, no sé por cuánto tiempo, te espero con impaciencia.

                                                                                  Anais Robles

Reservados derechos de autor @anarobles


                                

                                                                                                 

Cuento

Un pescador va todas las noches hasta la playa para tirar su red. Sabe que cuando el sol sale los peces vienen a la playa para comer almejas, por eso coloca siempre su red antes de que amanezca. Tiene su casa en la playa y baja bien entrada la noche con su red al hombro. Con los pies descalzos y la red medio desplegada entra en el agua.
Esta noche de la cual habla el cuento, cuando está entrando siente que su pie golpea contra algo muy duro en el fondo. Toquetea y ve que es algo muy duro, como unas piedras envueltas en una bolsa. Le da bronca y piensa: " quién es el tarado que tira estas cosas en la playa". Y corrige "en mi playa". "Y encima yo soy tan distraído que cada vez que entre me las voy a llevar por delante..." Así que deja de tender la red, se agacha, agarra la bolsa y la saca del agua. La deja en la orilla y se mete con la red dentro del agua.
Está todo muy oscuro y quizás por eso, cuando vuelve otra vez, se lleva por delante la bolsa con las piedras, ahora en playa. Y piensa "soy un tarado". Así que saca su cuchillo y abre la bolsa y tantea. Hay unas cuantas piedras del tamaño de pequeños pomelos muy pesados y redondeados.
El pescador vuelve a pensar, "quién será el idiota que embolsó las piedras para tirarlas al agua"
Instintivamente toma una, la sopesa en sus manos y la lanza al mar. Unos segundos más tarde siente el ruido de la piedra que se hunde a lo lejos. ¡Plup!. Entonces mete la mano otra vez y tira otra piedra...¡Plup!. Y tira esta para el otro lado, ¡Plaf! Y luego lanza dos a la vez, ¡Plup-Plaf!...
Y se entretiene escuchando los diferentes sonidos, calculando el tiempo y probando de a dos, de a una, a ojos cerrados, de a tres...tira y tira las piedras al mar.
Hasta que el sol empieza a salir... El pescador palpa y toca una sola piedra adentro de la bolsa. Entonces se prepara para lanzarla más lejos que las demás, porque ya es la última, porque el sol ya sale.
Y cuando estira el brazo hacia atrás para lanzarla, el sol empieza a alumbrar y él ve que en la piedra hay un brillo dorado y metálico que le llama la atención.
El pescador detiene el impulso de arrojarla al mar y la mira. La piedra refleja el sol entre el moho que la recubre. El hombre la frota como si fuera una manzana, contra su ropa y la piedra brilla más todavía. Asombrado la toca y se da cuenta de que es metálica. la frota con su camisa, con la arena y se da cuenta por fin de que la piedra es de oro puro...Una piedra de oro macizo del tamaño de un pomelo. Y su alegría se borra cuando se da cuenta de que esta piedra es igual a las otras que él tiró. Piensa que tuvo entre sus manos un tesoro y lo fue tirando poco a poco al mar, fascinado por el sonido de las piedras al caer en el agua. Y comienza a lamentarse y a llorar amargamente...
Y piensa "y si entrara y consiguiera un traje de buzo y fuera por abajo del mar, si fuera de día, si trajera un equipo de buzos para buscarlas..."
El sol termina de salir y entonces se da cuenta de que todavía tiene la piedra, se da cuenta de que si el sol hubiese tardado un minuto más en salir, él podría haber tirado también esa piedra, de que podría no haberse dado cuenta nunca del tesoro que tiene entre las manos. Se da cuenta de que ese tesoro es en sí mismo una fortuna enorme para un pescador como él. Y se da cuenta de la suerte que significa poder tener el tesoro que todavía tiene.