La letra A se subió al 
aire y corrió con él, invisible y hechicera, se metió por todas las rendijas y se enteró de todos sus escondites. Le gustaba ser 
A, porque por esa letra comenzaba el abecedario y  muchas palabras hermosas. Por 
A comenzaba 
árbol y ella quería  parecerse a él, tener sus  raíces profundamente hundidas en la tierra para nutrirse de ella y mantenerse bien firme, pero sin dejar nunca de mirar al cielo para poder rozar, con la punta de los dedos, todas las nubes que pasaran cerca.
La letra B, vio pasar a la A corriendo con el viento y como era un poquito calurosa, enseguida buscó a la 
brisa, le dio la mano y se fue a 
bailar con ella, a refrescarse en las tardes de verano, a sentarse en la orilla del mar, a pasear por la alameda, a jugar con los niños en el patio de recreo. Pero lo que más le gustaba a la letra
 B era 
bailar con la vida, celebrarla con alegría, en todo su esplendor. 
Bailar sola y también 
bailar acompañada.
La letra C, se sentía muy orgullosa porque era la letra por la que empezaba la palabra que a ella más le gustaba:
 cielo. Se sentaba durante largos días con sus respectivas noches a 
contemplar ensimismada el infinito cubierto de miles de estrellas, sus hermosos amaneceres y sus nostálgicas puestas de sol y se decía a si misma que no había ninguna letra tan afortunada como ella. 
La letra L, era muy presumida, sólo quería salir cuando salía la 
luna llena y la envolvía con  su luz. Entonces la 
L se vestía con sus mejores galas y salían juntas al encuentro de la noche para iluminar las montañas, los valles, los ríos, el mar. A veces, la 
luna y la 
L le marcaban el rumbo a un barco a la deriva, otras le daban pistas a algún caminante despistado y, en ocasiones, le enviaban luz a los animalillos que se perdían  en el bosque para que encontraran de nuevo el camino.
La letra M, miraba algo burlona a todas las demás letras porque estaban en la orilla,  mientras ella navegaba con las olas del 
mar. Se sentía vigorosa, llena de fuerza como él. Subía, bajaba, iba y venía, jugaba con la blanca espuma que  hacían las olas cuando reventaban en la orilla. Pero lo que más le  gustaba a la letra 
M, era 
mirar el horizonte y perderse en la inmensidad del ancho
 mar, empapándose de su intenso azul.
La letra S, que era muy 
sibilina decía para sí : "Pero que tonterías piensan todas estas letras, cuánta importancia se dan, yo sí que soy importante: por mi letra empieza la palabra que da nombre al astro rey, el 
Sol. Sin mi él no podría brillar, no tendría ni siquiera su nombre". La letra 
S quería 
sentir que como él, ella era una reina, empoderada, luminosa y que de cuando en cuando, a su capricho, regalaría al resto de las letras un rayo verde, cuando 
su Sol bajara y tocase el mar.
A todas estas, una 
Z despistada que andaba por allí se acercó a todas las demás 
zigzagueando y les dijo: 
- "¿Saben por qué a mi no me importa ser la última letra del abecedario? " 
- "¿Por qué?" contestaron a coro las otras, intrigadas y expectantes.,
- Porque soy muy 
zalamera y puedo convencer a cualquiera de ustedes para ser la que yo quiera:
Ser la primera del abecedario y cabalgar con el 
aire,
ser la que
 baile con la 
brisa, 
la que se 
cuelgue como una estrella en el 
cielo,
ó navegue en la inmensidad del 
mar,
la que se pasea de la mano de la 
luna y brilla con ella,
ó la que reine con el 
sol.
- Porque con mi 
zalamería consigo siempre lo que quiero. Y se alejó riendo, dando grandes 
zancadas.
                                                                                                        
Anais Robles