Cortaron el silencio con suspiros, jadeos,
susurros de la ropa al caer por el suelo.
Se dijeron palabras que nunca se habían dicho,
palabras enemigas del tiempo y del olvido.
Y fueron cuidadosos, y atentos, y sensibles
el uno con el otro, y se sintieron libres
en mutua cadena perpetua de caricias,
tan libres como nunca lo fueran en su vida.
Y, de repente, el mundo se eclipsó para ellos
durante un breve instante que les pareció eterno.
Luis A. de Cuenca
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